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Doctor Who- La Emperatriz y la Rosa
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Página 1 de 1.
Doctor Who- La Emperatriz y la Rosa
Dios mío, os estaré volviendo LOCOS con tanta cosa... Lo siento... Ya no subirá nada más por si alquien quiere leerlo todo, que no creo
Aunque no hayais visto la serie, creo que se puede leer
La Austria de 1857, la Emperatriz Sissi... Quien sabe
episodio 1, parte 1
Aunque no hayais visto la serie, creo que se puede leer
La Austria de 1857, la Emperatriz Sissi... Quien sabe
episodio 1, parte 1
- Spoiler:
Viena, 1857.
- 1 -
La joven enferma
Una ligera brisa, apenas una caricia, sacudía la hierba alta y amarillenta que parecía extenderse kilómetros y kilómetros. Bajo la brillante luz del sol, una curiosa cabina azul empezó a materializarse de repente, como un espejismo; pasaron unos segundos hasta que la TARDIS detuvo su oscilante zumbido y se quedó en el sitio, aparentando como de costumbre no ser más que una simple y antigua cabina policial inglesa.
La puerta de madera se abrió con un chirrido y por ella asomó, con los ojos chispeantes de curiosidad y expectación, la cabeza de un hombre joven, de pelo castaño y alborotado. Abriendo la puerta del todo, salió con las manos en los bolsillos y avanzó unos pasos, los ojos entrecerrados por el sol. Sobre el traje marrón a rayas llevaba una larga gabardina color canela que probablemente, dado el calor que hacía, no tardaría en quitarse.
— ¿Doctor?
Una joven de pelo rubio salió de la TARDIS, cerrando la puerta tras ella. Como si hubiera previsto el tiempo que iba a hacer, llevaba la chaqueta amarrada a la cintura; vestía una sencilla camisa de manga hueca de color blanco y unos vaqueros desgastados por el tiempo.
El Doctor ya estaba mirando a su alrededor atentamente, haciendo uno de sus habituales análisis de tiempo y lugar, cuando Rose Tyler empezó a intentar averiguar por sí misma dónde habían aterrizado. Estaban en un enorme descampado, flanqueado por unos frondosos árboles que no les dejaban ver lo que había más allá. La hierba, alta y
amarillenta, crujía bajo sus pies cuando caminaban.
— ¿Dónde estamos? —preguntó Rose finalmente.
El Doctor dio un par de pasos, lentos y graciosos, sin sacarse las manos en los bolsillos.
— No tengo ni idea —dijo felizmente.
Rose soltó una risita de incredulidad, recogiéndose el pelo como podía en una cola de caballo.
— Tú y tus aterrizajes al azar… ­Un día de estos vamos a aterrizar en medio de una invasión bárbara, o algo así.
El Doctor se encogió de hombros despreocupadamente.
— No es para tanto, ya me ha pasado un par de veces… ¡Veamos!…—olfateó el aire y miró a su alrededor— Sí… diría que esto es Austria… ¡Osterreïch! Siglo… diecinueve… Aunque no estoy muy seguro del año, así que bien puede ser Austria a secas, o el imperio Austro-Húngaro…
Rose cerró los ojos y respiró profundamente, estirando los brazos.
—Y yo diría que es mediodía…—dijo, imitando el tono de listillo del Doctor— Ya echaba de menos el sol... el del Sistema Solar, quiero decir—añadió, como si lo que acababa de decir fuera lo más normal del mundo.
El Doctor alzó la vista al cielo, entrecerrando ligeramente los ojos cuando la luz del sol cayó sobre ellos. Sonrió satisfecho, sintiendo el calor en el rostro, y su sonrisa se ensanchó hasta ser la de un niño travieso.
— Echemos un vistazo, la parte más emocionante de los destinos no planeados —dijo alegremente.
Y eso hicieron, pero el tremendo calor hizo que para Rose los minutos transcurridos, posiblemente no más de quince o veinte, pareciesen horas. El Doctor se había quitado la gabardina, pero sus energías parecían inagotables. La joven se detuvo y resopló, con las manos en la cintura.
— Hemos vuelto al mismo sitio —soltó con voz inexpresiva.
— No es verdad…
La joven señaló con la cabeza por detrás de él como respuesta; allí estaba la TARDIS, tal y como la habían dejado. El Doctor se limitó a mirar su nave y a parpadear varias veces, despacio. Con un suspiro, Rose se sentó en la hierba.
— Explorar con este calor me está matando… —dijo; se echó hacia atrás hasta que quedó tumbada sobre la hierba, estirando los brazos por encima de su cabeza; soltó una risita de satisfacción.
—Buena idea, no pasará nada porque descansemos un rato y disfrutemos la luz de vuestra calurosa estrella —dijo el Doctor.
Extendió su gabardina sobre la hierba y se dejó caer sobre él con un exagerado suspiro. Rose soltó una carcajada y sus miradas se encontraron, a escasos centímetros el uno del otro.
— ¡Hola! —dijo él con una sonrisa.
Ella le sonrió a su vez.
— Esto me recuerda a nuestro primer viaje —dijo él, divertido—… Bueno, nuestro primer viaje con este cuerpo. ¿Te acuerdas?
Rose se incorporó con un resoplido.
— Sí, pero esta hierba no es tan mullida como parece y no huele a manzana… —farfulló, intentando quitarse unas pegajosas espigas del pelo.
Sentándose, el Doctor le quitó una y, tras ponerse unas gafas de montura de carey, se la quedó mirando con mucho interés mientras Rose intentaba librarse de las demás, del mismo color pajizo que su pelo.
— ¡Ajá! Una ortiga… Urtica Dioica… Inofensiva, excepto por la urticaria, —bufó— Qué molesta es… —la tiró al suelo y miró alrededor— Ortigas… la altura a la que está el Sol y la fuerza con la que brilla… Debe de ser verano. Poco a poco nos vamos situando en cuándo estamos, ¿eh? —dijo con una gran y despreocupada sonrisa.
—Sí, ya… algo es algo… —dijo ella un poco fastidiada, quitándose la última ortiga del pelo —. Ahora falta saber dónde. Pero yo prefiero descansar un rato o me moriré de una insolación.
El Doctor volvió a tumbarse despreocupadamente sobre la gabardina, con las manos detrás de la nuca, dejando un poco más de hueco a Rose sobre la tela para que esta no volviera a acabar con el pelo lleno de ortigas. Cerró los ojos para protegerse de la fuerte luz del sol y dejó que este le calentara dulcemente el rostro lleno de pecas. Notó movimiento a su lado y vio que Rose farfullaba algo mientras se desenredaba otra ortiga del pelo.
—Pesaditas, ¿eh? Apóyate en mí si quieres.
Rose pareció vacilar un momento y le sonrió con timidez; no sabía si tenía las mejillas ligeramente rojas por el sol o por su repentino ofrecimiento.
—En serio, no me importa —le dijo él despreocupadamente, cerrando los ojos otra vez.
Pasado un rato, notó que Rose apoyaba la cabeza sobre su hombro con un ligero suspiro, y se quedaba allí. Abrió un ojo para mirarla, divertido; enseguida le llegó el dulce olor a frutas de su pelo.
Entonces Rose soltó una risita.
— ¿Qué pasa?
— No, nada… Acabo de recordar que Mickey también dejaba que lo usara de almohada cuando veíamos la tele en el sofá.
El Doctor frunció el ceño ligeramente, desviando la mirada hacia ella por un instante.
— ¿Ah, sí? ¿Y… quién es más cómodo? —preguntó con cierto soniquete en la voz.
Rose pareció dudar un momento y se incorporó para mirarle, traviesa, fingiendo que le analizaba.
— Bueno… Tú no eres tan mullido, estás demasiado flaco… —dijo, burlona.
— ¡No estoy demasiado flaco! —exclamó, indignado— Solo soy… demasiado alto.
— Calla, larguirucho…
La joven rió y puso la cabeza sobre su pecho, de una forma mucho más natural esta vez. Atenta a algo de repente, llevó una mano hacia el otro lado de su pecho y la apoyó allí con firmeza; soltó una risita.
—Puedo oírlos… —dijo, fascinada.
El Doctor abrió un ojo para mirarla, divertido. Rose oía latir su corazón izquierdo, notando bajo su mano cómo el derecho le seguía a continuación. La chica cerró los ojos para concentrarse, sin borrar su sonrisa.
— Puedo sentirlos, los dos a la vez… Es… tan curioso… Es como si hubiera eco… —intentó seguirles el ritmo tamborileando con los dedos, uno con cada mano, pero enseguida se hizo un lío y desistió, divertida.
—A mí tampoco me ha salido nunca —le dijo él, sacando una de las manos de debajo de la nuca y moviendo los dedos con una expresión confusa. Ella rió con ternura.
El Doctor respiró despacio, llenando sus pulmones con el aire puro del verano, y cerró los ojos. Notó que Rose acomodaba mejor la cabeza y que también respiraba profundamente.
—Es muy relajante…—murmuró.
Él sonrió. La presión de la cabeza y la mano de la muchacha sobre su pecho eran algo agradable y cálido; casi sin darse cuenta, sus dedos se enredaron en un mechón de su pelo. Se sorprendió pensando cuánto envidiaba a veces aquella faceta de los seres humanos antes de que su mente, casi siempre frenética, empezara a sumergirse en una gran tranquilidad.
Rose también estaba empezando a adormecerse; el sonido de los corazones era casi hipnótico, y el olor de la hierba y la agradable caricia del sol en su cara no ayudaban en absoluto a mantenerla despierta. Pronto, en el mundo solo existían ellos dos. Ellos dos, y el fragante olor de la hierba calentada por el sol… El soporífero calor… El rítmico latir de los corazones… primero uno… luego otro… Y luego un tercero...
¿Un tercero?
Extrañada, abrió los ojos y se incorporó, intentando encontrar la fuente de aquel tercer golpeteo.
Pronto lo reconoció: eran cascos de caballos. Alguien se acercaba.
— ¿Doctor…?
—Lo sé…
Los dos se incorporaron lentamente, con los ojos fijos en unos jinetes que venían hacia ellos. Sin desviar la mirada de ellos, el Doctor cogió su abrigo del suelo y acercó los labios al oído de Rose para susurrarle algo.
— Ya sé dónde estamos: en Austria, efectivamente, a unos diez años de la creación del Imperio Austro-Húngaro, en algún momento de los años cincuenta o sesenta… Y en los jardines privados de Francisco José.
Un grupo de hombres vestidos con ropas de montar y armados con unas escopetas les apuntaban. Rose agarró inconscientemente la mano del Doctor; notó que este se la apretaba ligeramente, como para tranquilizarla.
— ¡Alto! —dijo uno de los jinetes, un hombre alto y con un enorme bigote que le caía a ambos lados como el de una morsa— Estos son los jardines privados del Emperador. ¿Quiénes sois y cómo habéis entrado? ¡Identificaos!
El Doctor carraspeó y empezó a acercarse a ellos, estirando una mano a modo de saludo; Rose no se despegaba de su espalda.
— ¡Hola! Soy el Doctor, y esta es Rose. Estamos aquí por un desafortunado accidente; veréis, hemos hecho un viaje muy largo, así que decidimos descansar…
Los hombres le apuntaron con las escopetas.
—… pero no es nuestra intención estropear vuestro apasionante y cruel “deporte”, así que con vuestro permiso, nos vamos. ¡Adiós!
Otro de los hombres, de rostro afeitado y aire severo pero inteligente, espoleó al caballo y avanzó hacia ellos antes de que se marcharan.
— ¡Un momento, un momento…! Espere ahí… “doctor”… ¿Podría explicar qué “doctor” es usted y qué hace esta señorita vestida de una forma tan indecente?
— Oh no, otra vez… —murmuró Rose para sí con cara de fastidio, enterrando la cara en el hombro del Doctor.
El Doctor pensó por unos instantes.
— No, no puedo explicarlo —se limitó a responder sin más—. En cuanto a mí… soy… el Doctor John Smith —añadió, sacando el Papel Psíquico y mostrándoselo a los jinetes por un leve instante.
— ¿John Smith? ¿Es usted inglés? —preguntó el jinete, bajándose del caballo.
— Como el té con arenques en el desayuno.
Otro de los jinetes, un joven de pelo dorado, intervino tímidamente.
— Debe haber venido por lo de las muchachas, Stonenberg. Antes de irse a Berlín, el doctor Hessen dijo que mandaría a llamar a un colega suyo, un médico inglés que vive en Baviera.
— Eeee…fectivamente, ese soy yo —dijo el Doctor; sus ojos brillaron de expectación cuando por su cabeza pasó la idea de que allí estaba ocurriendo algo interesante… y que él iba a presenciarlo.
— Entonces debería acompañarnos, Doctor Smith —dijo una voz, lenta y altiva.
Re: Doctor Who- La Emperatriz y la Rosa
el html ME ODIA y siempre me deja en ridiculo T____T no se que ha pasado esta vez...
Bueno, yo continuo...
Bueno, yo continuo...
- Spoiler:
- Uno de los jinetes, que todo el rato se había mantenido al fondo, hizo avanzar al caballo. El Doctor reconoció al Emperador Francisco José I, que desmontaba y se dirigía hacia él. Sus hombres no le apartaban la mirada mientras se acercaba al Doctor. Este se inclinó un instante como saludo, pero no dijo nada.
— Honraré con honores a cualquier hombre que pueda ayudarnos a resolver un extraño misterio que acontece en palacio, Doctor Smith —le dijo solemnemente—. No quiero que nada perturbe la tranquilidad de mis súbditos y mi señora esposa, la Emperatriz Elizabeth.
— Sissi… ¡La Emperatriz Sissi! —se dijo Rose, fascinada; debió ser en voz demasiado alta, porque los hombres del Emperador la atravesaron con una mirada severa.
— Más respeto hacia la emperatriz, jovencita —dijo Stonenberg, mirándola de arriba abajo con reprobación.
— Lo siento, señor —murmuró Rose; deseó no haber abierto la boca.
El Emperador, para sorpresa de todos, parecía divertido.
— Sí… Así es como le gusta que la llame su querido pueblo, jovencita —le dijo—. ¿Cuál es vuestro nombre?
Rose se inclinó con respeto.
— Rose T… —se detuvo un momento, pensativa, y entonces alzó la cabeza, con los ojos brillantes — Dama Rose, del Estado de Powell.
El Doctor la miró de reojo con las cejas levantadas; ella, disimulando, le guiñó un ojo con complicidad y él desvió la mirada, apretando los
labios para contener una sonrisa.
— ¿Una dama, eh? Una forma muy curiosa de vestir para una dama… Sí que sois especiales en Inglaterra —dijo el Emperador, soltando una carcajada.
— ¿Tiene que venir ella? No puede mostrarse en la corte con ese aspecto —dijo Brower con severidad; su bigote temblaba con cada palabra.
Rose, de nuevo medio escondida tras el Doctor, puso los ojos en blanco en una expresión de hastío.
— No le hagáis caso a la dama, pensó que sería divertido ponerse pantalones y enseñar los brazos… —dijo el Doctor— Con vuestro permiso… —agarró a Rose con cuidado por un brazo y la acercó a la TARDIS, abriendo la puerta y metiéndola dentro; Rose se limitaba a mirarlo con una ceja levantada y una expresión de humillación dibujada en el rostro—. El armario del fondo, el de las chaquetas con charreteras —le susurró al oído para que nadie pudiera oírle—. Siglo diecinueve, los cincuenta, ya sabes cómo vestían, lo habrás estudiado en Historia. Te espero aquí. Por cierto, lo de Dama Rose ha sido brillante.
Cerró la puerta. Los hombres le miraban, incrédulos; el Doctor se limitó a sonreírles abiertamente.
— ¿Qué es eso, Doctor, un tocador portátil? —preguntó Brawer.
— Sí, en Inglaterra somos muy especiales… Y dígame, Emperador… —comenzó a decir, avanzando hacia él, siempre vigilado por sus hombres— ¿Qué ocurre exactamente con esas… muchachas?
De repente, un joven vestido como un mayordomo se acercó corriendo hacia ellos.
— ¡Señor!... —se detuvo un instante para recobrar el aliento— Señor, han encontrado a otra…
Un gesto entre preocupado y satisfecho se dibujó en el rostro del Emperador.
— Podrá verlo por usted mismo, Doctor Smith…
En ese mismo instante la puerta de la TARDIS se abrió. Rose tuvo algunas dificultades para salir; la falda del vestido era enorme y tan amplia que tuvo que recogerla para poder caber por el hueco dejado por la puerta (no podía arriesgarse a abrir las dos y que el Emperador y sus hombres vieran que aquello no era precisamente un tocador portátil). El Doctor la ayudó a salir de la nave y luego cerró la puerta. La miró, sonriendo de medio lado; sin duda había hecho la elección correcta. El vestido era de un rosa pálido, sencillo, con mangas hasta la mitad del brazo; llevaba unos guantes cortos a juego. Un pequeño sombrero coronaba un recogido hecho con prisas, y en la mano llevaba una sombrilla. Se colocó al lado del Doctor.
— ¿Has traído los payasos? —le susurró al oído, algo fastidiada— Yo ya tengo la carpa.
Se balanceó un instante adelante y atrás; el Doctor sonrió, divertido.
— Está usted muy guapa, dama Rose —le dijo el Emperador; ella esbozó una sonrisa tímida y dejó que le besara el dorso de la mano.
— ¡Bueno! —interrumpió el Doctor bruscamente— ¿Vamos, señores?
~~~~~~~~~~~~
El Doctor y Rose siguieron a los jinetes hasta el palacio. Por suerte, no estaba demasiado lejos; para Rose, aquellas ropas, con aquel calor tan bochornoso, se estaban convirtiendo en un infierno.
Rose no pudo evitar soltar una exclamación de admiración al encontrarse frente al Palacio. Hombres y mujeres con elegantes trajes y ostentosos vestidos iban y venían por los jardines, paseando tranquilamente.
— Por aquí, Doctor Smith… Dama Rose…
Stonenberg los llevó hasta una entrada trasera; aunque también respetable, a Rose aquel lugar no le pareció tan elegante como la entrada principal y supuso que eran los aposentos del servicio.
Finalmente, llegaron a una habitación donde una joven criada yacía en la cama, como dormida; parecía diminuta y casi perdida en medio de las sábanas y las mantas, bajo las cortinas del dosel. Otra criada estaba sentada a su lado, refrescándole la frente con paños fríos, y se levantó respetuosamente cuando les vio llegar.
— El médico de la corte no sabe qué está ocurriendo —empezó a explicar Stonenberg al Doctor mientras este se acercaba a la cama—. No parece ser una epidemia, porque no está afectando a demasiada gente. Es… Es como si estuvieran siempre muy cansadas. Algunas parecen recuperarse, pero su salud se resiente bastante después. Otras
simplemente duermen… y algunas nunca despiertan.
El Doctor se inclinó sobre la cama. Rose lo observaba desde el otro lado atentamente mientras sacaba su estetoscopio y lo usaba para auscultar a la muchacha, ante los extrañados ojos de Stonenberg, para quien probablemente aquel chisme tenía un diseño demasiado avanzado para la época en que estaban.
Un gesto de preocupación cruzó un instante por el rostro del Doctor. Guardándose de nuevo el estetoscopio en el bolsillo, se colocó frente a la muchacha de modo que pudo agarrarle la cabeza con ambas manos, por las sienes. Cerró los ojos y se concentró; sus párpados temblaron un instante, su respiración se hizo más profunda, hasta que
pareció detenerse… Y de repente abrió los ojos con un escalofrío, soltando con un jadeo el aire que había estado conteniendo. La joven abrió los ojos, vidriosos y hundidos, pero pareció mirar a través de él, como no existiera. Luego movió los resecos labios como si intentara hablar, pero ninguna palabra salió de ellos.
Aquello, sin duda, era muy extraño.
Era como si alguien le hubiera absorbido la energía vital.
— Lo siento… lo siento mucho —susurró el Doctor, acariciando su pálido rostro.
La joven cerró los ojos y se quedó inmóvil, como sumida de nuevo en un profundo sueño.
— ¿Y dice que tienen más chicas así? —preguntó el Doctor a Stonenberg, sin dejar de mirar a la joven enferma.
— Bueno… la mayoría ya se ha repuesto —dijo el hombre, confuso ante lo que acababa de presenciar— Otras murieron, mientras dormían.
— ¿Cuántas exactamente?
— Cuatro o cinco, en el último mes.
El Doctor se incorporó con un suspiro y empezó a caminar por la habitación, pensativo.
— ¿Qué opina de todo esto, Doctor Smith? —preguntó Stonenberg impaciente.
— Todavía no lo sé… —dijo, confuso, pasándose una mano por el pelo; luego levantó la mirada hacia él— Me gustaría hablar con el médico de la corte, el que ha visto a las otras chicas.
— Por supuesto. Le diré que venga de inmediato.
Una vez el Doctor se quedó a solas con la criada enferma y con Rose, su joven compañera le tocó la mano con cariño.
— ¿Doctor? ¿Qué le ocurre? —le preguntó en un susurro.
El Doctor la miró con el ceño fruncido. Rose conocía muy bien aquella expresión.
— Es… Es como si… —bufó— Es como si se estuviera apagando. Apenas podía sentir su pulso. No le quedan energías ni para mantener funcionando su propio cuerpo, está… letárgica.
— ¿Dices… como un coma? —preguntó Rose, confusa.
— Algo así.
Rose miró a la muchacha con expresión triste.
— ¿Crees que se va a poner bien?
El Doctor meneó la cabeza, despacio.
— No lo sé.
Pero su mirada decía otra cosa, y Rose creía saber el qué.
Que quizá la joven ya no despertaría.
Re: Doctor Who- La Emperatriz y la Rosa
Ya lo he arreglado . Sí, a veces al html se le va la pinza y nunca sé muy bien por qué... Es así de caprichoso.
Esto... Prometo que en cuanto pueda leo vuestros fics, de verdad .
Esto... Prometo que en cuanto pueda leo vuestros fics, de verdad .
Nymeria Solo- Moderadores
- Cantidad de envíos : 743
Fecha de inscripción : 17/04/2009
Re: Doctor Who- La Emperatriz y la Rosa
Sin prisa ninguna mujer! Como si no quieres. A mi es que me hace ilu ponerlos
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