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Anabel- Hogwarts
3 participantes
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Anabel- Hogwarts
Me preguntaba antes de empezar a poner nada si es válido poner un fanfic que tengo inspirado en Harry Potter pero sin estar protagonizado por los personajes, aunque salen muchos secundarios (los Weasley por ejemplo).
Es un personaje propio que inventé hace años, una estudiante de Hogwarts
Es un personaje propio que inventé hace años, una estudiante de Hogwarts
Re: Anabel- Hogwarts
¿Por qué no iba a ser válido, si esta web no es de Harry Potter sino de todo un totum revolutum? Si tú misma has colgao un fic de Sherlock Holmes...
Amos, digo yo
Amos, digo yo
Ninotchka- Cantidad de envíos : 98
Fecha de inscripción : 03/06/2009
Localización : A saber, oiga
Re: Anabel- Hogwarts
Ya, ya se que se pueden poner cosas de Harry ( con todas las que hay ya ), solo decia que como no eran protagonistas sino solo inspirados en ese universo... ^^
Pues mañana empezaré... ^^
Pues mañana empezaré... ^^
Re: Anabel- Hogwarts
De hecho, yo llevo colgaos 4 capis de un libro de una Mari Sue... aunque sea una Mari Sue un poco revolucionaria
Ninotchka- Cantidad de envíos : 98
Fecha de inscripción : 03/06/2009
Localización : A saber, oiga
Re: Anabel- Hogwarts
Ninotchka escribió:De hecho, yo llevo colgaos 4 capis de un libro de una Mari Sue... aunque sea una Mari Sue un poco revolucionaria
aaaaagh noooo la mia no es una Mary Sueeeeeeee
Es en serio, no lo es
Re: Anabel- Hogwarts
Primer episodio, parte 1...
- Spoiler:
- I
Una Noche de Luna Llena
Una hora antes de medianoche, en uno de los últimos días del mes de junio, las rosas rojas de la habitación 221 del hospital Astley Ainslie, en Edimburgo, se volvieron azules. La comadrona pensó que alguien las había cambiado cuando la señora Highsmith se había puesto de parto, como parte de algún extraño ritual de nacimiento (costumbres más raras
había visto en sus treinta años de ejercer la profesión), o simplemente, que quizá siempre habían sido azules y estaba trabajando demasiado.
Aquella cosita que llevaba en brazos acababa de nacer. Tenía la piel rosa y arrugada propia de un recién nacido, pero una mata de pelo fino y negro cubría ya su cabecita y caía sobre sus ojillos cerrados.
- ¿Señor Highsmith?
Al oír su nombre, el hombre se levantó nerviosamente de la butaca de la sala de espera, en donde no había nadie más a esas horas de la noche.
Sin duda, el bebé que le llevaba la comadrona había heredado su mismo pelo espeso y color azabache. Vestía unos ajados pantalones que en otra situación hubieran sido perfectos para un oficinista, pero que combinados con los zapatos que llevaba, de lona y de un morado intenso, le quitaban toda la elegancia posible. Un holgado jersey de punto
colgaba hasta la mitad de los muslos, acentuando aún más su corpulencia: si no fuera por su cara bonachona y sus mejillas rosadas por la emoción, más de uno se hubiera pensado dirigirse a él para pedirle la hora.
Cuando el hombre se hubo acercado del todo, la mujer apartó con delicadeza la mantita, dejando al descubierto la cabecita llena de pelo negro como el carbón.
- Es una niña preciosa -le dijo mientras se la entregaba.
- Una niña... -susurró el padre con voz soñadora. Le empezó a hacer carantoñas- Hola, pequeña... ¡Hola!... -enseguida alzó hacia la enfermera sus ojos oscuros, preocupado- ¿Cómo está mi esposa?
- Está descansando. Todo ha ido estupendamente.
Eliminada ya toda preocupación, el bonachón señor Highsmith puso toda su atención en la pequeña. Desde que tuvo en brazos a su hijo mayor, Arthur, hacía ya once años, no había sentido una felicidad tan plena.
- ¿Sabe, señor Higsmith? -dijo la enfermera, divertida- Creo que será una niña muy curiosa e inteligente. Nació con los ojos abiertos de par en par, como si tuviera prisa por verlo todo.
El señor Highsmith sonrió y siguió haciéndole cariñosas carantoñas al bebé.
- Vaya, eres una pequeña curiosa, ¿eh?...
- Señor Highsmith -dijo la enfermera de repente-, ¿puedo hacerle una pregunta? Sé que le va a resultar extraño, peroc ¿las rojas que le trajo esta tarde a su mujer, eran ya azules? Quiero decirc -rió nerviosamente- Sé que es absurdoc pero hubiera jurado que eran rojas. No me haga mucho caso.
Hubiera sido una pregunta muy inocente para cualquiera, pero al señor Highsmith el corazón le dio un vuelco al oírla.
- Eh… Claro, eran azules. Es el color favorito de mi esposa.
- Claro…-la enfermera rió nerviosamente- Le dije que era una tontería… Iré a ver cómo está su esposa.
El señor Highsmith suspiró cuando la enfermera se fue (muy probablemente, a comprobar que las rosas eran azules y que no estaba loca).
Miró a su hija, tan dulce e inofensiva, envuelta en aquellas mantas. Cuando la vio por primera vez, no puedo evitar preguntarse si sería como sus abuelos. Él no había nacido con sus mismas cualidades, por un azar del destino, y la madre de la niña, que ahora descansaba en aquella habitación, tampoco era de la misma naturaleza. Pero sus padres, los abuelos de la niña, habían sido magos. Y la primera pregunta que Sarah le había hecho cuando supo que esperaba una niña fue:
- Cariño, ¿crees que será… ya sabes… una bruja?
- Tendremos que esperar para saberlo -había respondido él.
Pasados unos minutos, el señor Highsmith pudo entrar a ver a su esposa. Sarah Nicole Highsmith, de soltera Rowley, era una mujer que ya se encontraba en la treintena. Tenía el pelo largo y castaño rojizo, ahora alborotado por el sudor y que siempre llevaba recogido en una cola de caballo, y los ojos de color verde grisáceo. Pese a estar agotada, sonrió con gran alegría cuando entró su marido con la niña.
- ¿Verdad que es preciosa? -dijo con los ojos brillantes.
Se besaron y él dejó a la niña en la cunita. Luego le contó a su mujer lo que ocurrió con la enfermera y las rosas. Ella rió.
- ¿Y si fue Arthur, querido? -dijo- Intentó colarse antes en la habitación. Recuerda el día hizo tan grandes las margaritas que me regaló nuestra vecina, que se cayeron del jarrón. Creo que no me creyó cuando le dije que era un nuevo abono, ahora siempre me mira con desconfianza cuando nos encontramos en la calle...
- ¿Dónde está ahora?
- La enfermera de prácticas se lo ha llevado un momento. Debe estar con ella en la guardia.
Earmund fue a buscar a su hijo. La joven enfermera, divertida con el niño, le había dado un ramo de flores para que se las diera a su madre y a su nuevo hermanito. Earmund dio las gracias a la enfermera y se fueron. Cuando estuvieron a solas en un pasillo donde sólo se veían dos viejos pacientes a lo lejos, habló con él, muy bajito para que no le oyeran.
- ¿Arthur?
- ¿Sí, papá?
El bonachón hombre se agachó a su lado y le puso la mano en el hombro.
- Recuerda que no es culpa tuya, sé que no puedes controlarlo, pero… Cuando intentaste entrar a ver a tu hermanita y no te dejaron, ¿te enfadaste, hiciste magia por casualidad y volviste azules las rosas?
El pequeño frunció el ceño, como siempre que intentaba pensar algo. Luego se encogió de hombros.
- No lo sé, papá.
Earmund sonrió. Iba a ser imposible saber si había sido Arthur; una vez había hecho volar un autobús varios metros sólo con mirarlo. Era muy normal que un niño mago que aún no controlara sus poderes hiciera esas cosas sin darse ni cuenta. De todos modos, no era nada grave. Sólo había cambiado unas flores de color y hecho creer a una enfermera que estaba perdiendo la cabeza. Podría habérsela hecho perder literalmente, que era mucho peor.
- No pasa nada. Vamos a ver a tu hermana y a tu madre.
- ¿Es una niña? -chilló emocionado- ¿Es guapa, papá?
Earmund sonrió.
- Es preciosa.
Arthur soltó un gritito y empezó a dar brincos.
- ¿Podrá hacer magia, papá? ¿Irá a Hogwarts como yo? ¿Hará volar los autobuses?
Earmund le mandó callar lo más disimuladamente que pudo; los ancianos les estaban mirando muy raro.
Una vez en la habitación, Arthur dio el ramo a su madre y saludó a su pequeña hermanita, mientras Earmund, orgulloso, les miraba con los ojos brillantes.
Earmund Maglorius Highsmith tenía treinta y seis años. Su abuela Henrietta Giddins se había casado con un muggle (que es como llamaban a la gente sin poderes mágicos) llamado Sebastian Highsmith. Su primer hijo, Lenford Highsmith, nació mago, y se casó con una guapa bruja de Escocia, Arabella Pribble. Y tuvieron a Ewald, Sybellius y a Earmund.
Pero el pequeño Earmund no era como los demás. No sabía manejar una varita, y las palabras que pronunciaba no tenían efecto alguno. Enseguida quedó claro que Earmund no era un mago: era un squib, alguien nacido de magos
pero sin poderes, el primero en decenas de generaciones en la familia. Por suerte, jamás le trataron como a alguien diferente, aunque no pudiera usar una varita o limpiar la casa simplemente pronunciando unas palabras. La noble señora Henrietta Highsmith, que en su juventud había sido una gran activista a favor de los derechos de los squibs, fue un
gran apoyo para él. Así, Earmund fue educado en casa por su abuela y sus padres, y aprendió todo lo que necesitaba saber sobre su mundo, del que, pese al apoyo de su familia, sólo consideraba que formaba parte a medias.
Cuando era joven, Earmund se había enamorado de Sarah, a la que conoció en uno de sus primeros trabajos como camarero, y a los pocos años le pidió matrimonio. Dolido por su condición de squib, decidió además que desde ese momento formaría parte del mundo muggle.
Al año de estar felizmente casados, nació el pequeño Arthur. Considerado un niño muggle totalmente normal, fue al colegio público hasta que un día convirtió en un asqueroso sapo gigante el juguete que un niño no quería prestarle. Arthur era un mago, y muy probablemente, al cumplir once años, entraría a una escuela de magia. Así que Earmund, con tal de poder pagar la educación de su hijo, volvió a ese mundo al que sólo pertenecía a medias, y entró a trabajar a El Caldero Chorreante, uno de los pubs más populares entre los magos y brujas de Londres. La nueva familia Highsmith se quedó a vivir en un sencillo barrio a las afueras de Londres, en Greenwich.
Earmund y Sarah eran muy felices. El pequeño Arthur había unido finalmente sus dos mundos. Ahora Anabel, su segunda hija, había nacido durante unas tranquilas vacaciones en Escocia. Y Earmund deseaba con todas sus
fuerzas que la vida de su hija fuera igual de tranquila siempre.
Re: Anabel- Hogwarts
- Spoiler:
- Ya había pasado la medianoche. Agotado por tantas emociones, Arthur se había quedado dormido en el sillón, y la enfermera de guardia, pese a las normas, le había dejado (Earmund pensaba que, después de lo de las rosas, les tenía miedo y les permitiría hacer cualquier cosa). Su padre le miraba con una sonrisa, pero sus ojos estaban tristes. Sarah no dormía, pero tenía los ojos cerrados. Earmund se giró hacia ella, contempló su bello rostro y sintió que, si algún día la perdiera, se moriría de pena.
- Creo que voy a dejar el trabajo -dijo de repente, aunque más para sí que pretendiendo que ella le oyera.
- ¿Dejar El Caldero Chorreante? ¿Por qué? -preguntó ella abriendo los ojos.
- Sabes perfectamente que somos un blanco fácil para… esa gente. Para “Aquel que no debe ser nombrado” -hizo una pausa, como si esperara que ocurriera algo cada vez que decía aquel extraño nombre- … todos somos escoria. Incluso nuestros hijos.
Sarah se había puesto muy pálida, pero le escuchó en silencio.
- No parará hasta que nos haya matado a todos... -siguió él- No quiero que nuestros hijos tengan que crecer solos y desgraciados.
Ella le agarró por el brazo y se lo frotó con cariño.
- Earmund, por favor… No va a pasar nada de eso. Ya lo verás.
Los dos se abrazaron. Earmund se dio cuenta de que ella estaba temblando.
En los últimos dos años, las cosas iban muy mal en el mundo mágico, y en consecuencia, tampoco iban precisamente bien en el mundo muggle. Un mago tenebroso, lleno de un poder tremendo y terrible, había emprendido una sanguinaria cruzada por todo el país reclutando a los llamados magos de sangre limpia, es decir, aquellos que en su origen no tienen
ningún muggle o squib. En su ira, “Aquel que no debe ser nombrado”, pues todos los magos temen pronunciar su nombre, había matado docenas de muggles, mestizos e incluso magos de sangre limpia que se habían negado a cooperar. Su ejército de mortífagos, como se denominaban sus vasallos, había sembrado el terror, sumiendo en el caos al mundo mágico. Muchas veces el Ministerio no sabía cómo explicar los “accidentes”, “explosiones”, “asesinatos” y “extraños sucesos” que llegaban hasta el mundo muggle.
Earmund pensó en sus hijos; en Arthur, que ese año iría por fin a la Escuela Hogwarts de Magia y Hechicería; en la pequeña Anabel, y en lo terriblemente desgraciado que sería si llegase a pasarles algo.
La niña empezó a lloriquear, muy suavemente, y su madre la cogió en brazos con mucho cuidado. Lleno de amor, Earmund las observó desde la ventana, antes de perder de nuevo la mirada en la noche.
- Me pregunto si cuando crezca, pertenecerá a ese mundo, como su hermano y sus abuelos -dijo.
- Tú también perteneces a él, cariño -dijo Sarah.
Earmund esbozó una sonrisa triste.
- No del todo.
Fuera, brillaba una enorme y preciosa luna llena. En una noche tan hermosa, costaba creer que muchos de los suyos allá afuera estuvieran sufriendo terriblemente sólo por ser diferentes.
- Algún día, querida, habrá paz en ese mundo -dijo Earmund mientras la contemplaba-. Y nuestros hijos disfrutarán de ella.
Se acercó a su mujer y sonrió al bebé, acariciando la pequeña cabecita donde ya asomaba una mata de pelo negro azabache. Ella arrugó la naricita.
Nadie se dio cuenta, pero una de las rosas del nuevo ramo se tiñó de azul.
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